5 de agosto de 2012

Chillo y me acobardo

Pánico, sudor, nervios, tensión, todo eso me causa la simple idea de saber que me van a inyectar o a sacar sangre. Desde que recuerdo, tengo fobia a las agujas: mis papás debían corretearme por toda la casa con la aguja llena de penicilina, forcejéabamos, yo gritaba y chillaba como puerquito en matadero para que al final, la aguja se tapara y ellos hicieran el coraje de su vida. Sí, siempre he sido una cobarde. 

En menos de un mes he tenido que enfrentarme a las agujas en dos ocasiones. La primera para unos estudios de laboratorio. Y aunque desde la noche anterior traté de mentalizarme, a la mera hora me puse tensa y el brazo me quedó adolorido por una semana. La segunda, fue en el departamento de medicina preventiva donde, aunque intenté convencer (con la más encantadora de mis sonrisas) a la enfermera que no lo necesitaba, me pusieron la vacuna antitetánica. ¡Auch! En esta ocasión no dolió; uno, porque me relajé y dos, porque esa enfermera tenía una gran habilidad para aplicar la vacuna y ni cuenta me dí cuando me la puso. ¡Fiú! Otras veces no he tenido tanta suerte y me ha tocado que me inyecte una enfermera que parece que hace palanca con la aguja, y casi la saca dándole vueltas como si fuera tornillo ¡vieja salvaje! Esa vez la vacuna fue muy dolorosa durante y después, porque el brazo me quedó casi inerte, tanto que tenía que utilizar mi otro brazo para levantarlo y el dolor me duró más de una semana. Con estos antecedentes mi pánico no parece tan infundado e irracional.

Odio, odio las vacunas, los piquetes, la sacadera de sangre y todo aquello que tenga que ver con agujas. Sudo, me sube la frecuencia cardiaca, me retuerzo en mi lugar, me jalo el cabello, volteo para todos lados esperando que pase algo que me libre de la aguja, pero nunca es así. Y aunque sufro y lloriqueo como nena, al final, felizmente me doy cuenta que soy una exagerada y que no duele tanto como espero. ¿Algún día podré llegar a la feliz indiferencia?

1 comentario:

Unknown dijo...

Yo también las odio, mejor ni e cuento como mi mamá me correteaba para ponerme una inyección...en la cuarentena, ja.