7 de agosto de 2009

FELIZ PRIMER ANIVERSARIO



Hoy tengo dos celebraciones:


1. El 33 aniversario de mis queridísimos progenitores

Al verlos felices celebrando, la verdad, todo lo que diga está de sobra. Los quiero mucho.


2. El primer aniversario de mi joven blog

Éste ha sido un experimento de escritura, lectura, búsqueda, constancia y catársis que jamás pensé que llegaría a durar tanto.

Hoy hay pastelito de chocolate con cerezas, la dósis de cafeína de rigor y una velita que apagar.
A todos los que han caído por aquí, por compromiso, recomendación (aaajá!) o purititita casualidad, gracias. Me encanta leer los comentarios que recibo.
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Después de esta breve cápsula seguimos con la programación intrascendente de siempre. Ya sabe querido lector que antes de someterse a los sucesos de este blog es recomendable echarse una tacita de café bien cargado o, ya de perdis, una cafiaspirina (o ¿era al revés?).

1 de agosto de 2009

Insomne


El rechinido de una puerta, pasos, arañazos en la ventana, sombras, un silencio estremecedor, una respiración sin autor, voces lejanas, lamentos, escalofríos, murmullos, objetos que caen sin razón, ojos en la oscuridad, el ulular del viento, una presencia que acecha, frío, ruidos inexplicables: miedo.

De pequeña siempre fui miedosa. De los primeros episodios que recuerdo fue cuando en la primaria una niña me contó sobre la Llorona, con sus velos que se mueven con el viento, los pies que no tocan la tierra y sus lamentos profundos y horrendos. También me contó de la Carroza de la Muerte: que pasa a diario a las doce de la noche y áquel que se atreva a salir morirá al instante. Con esos cuentos iniciaron mis pesadillas: dormía y como a eso de las once y media despertaba. Prendía la lámpara que estaba sobre el buró entre la cama de mi hermana y mía y esperaba. Moría de miedo al pensar que dieran las doce y llegara la Carroza de la Muerte y me llevara, esperaba oír los horribles lamentos de la Llorona, pero no podía esconderme bajo las sábanas, no. Me daba más miedo no ver. Cada noche ponía libros sobre el buró y alguna cosa que pudiera distraerme para no pensar más en los monstruos que me acechaban afuera. Siempre que despertaba llamaba a mis papás y ellos nunca venían, me daba miedo levantarme porque temía lo peor. Sí, tenía mucho mucho miedo.

El tiempo fue pasando y las historias de terror fueron adquiriendo un atractivo especial. Comencé a leer: leí a Stephen King, El Exorcista, Entrevista con el Vampiro, Drácula, Frankenstein, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El fantasma de Canterville, descubrí a Poe y a Lovecraft. Leí y leí. También comencé a ver películas, desde las clásicas hasta las películas de serie B, con sangre naranjosa que chorrea por todos lados. El miedo no se había ido, ahora se había convertido en un gusto, el gusto por sentir que te persiguen cuando apagas la luz de la planta baja y subes corriendo sin voltear, el miedo a asomarte debajo de la cama para no encontrar algo desagradable y gelatinoso reptando, el miedo a los payasos, que esconden su rostro bajo toda esa capa de pintura blanca y su sonrisa dibujada, el miedo a la oscuridad.

Todavía tengo miedo. Todavía veo películas y leo libros y me asusta apagar la luz. Hace un par de años pase dos noches en vela por una de las películas que ví. Estaba aterrorizada y no quería cerrar los ojos. Aún no sé por qué ese afecto, por qué ese gusto por sentirme atemorizada: se me acelera el corazón y se me aguzan los sentidos. Supongo que es adrenalina, no lo sé, pero lo sigo buscando.

Ahorita, mientras escribía, recordé un cuento que me gusta mucho, como que me sentí un poco identificada. He aquí:


Una linea de Lovecraft que también me ha gustado mucho:
Algo semejante al miedo me heló el corazón cuando quedé allí sentado en la madrugada y sin compañía, y digo sin compañía porque quien permanece junto a una persona dormida está verdaderamente solo, tal vez más solo de lo que pueda imaginar.